Frases y Prosa



En esta pagina aparecen algunas frases y párrafos que encuentran en los libros de Mario H. Perico Ramirez, las ponemos porque algunos lectores las han destacado.

En letra cursiva está el libro del cual se extraen.

Por lo anterior, esta pagina está ampliándose y refrescándose frecuentemente:







o  Si buscamos el perfeccionismo, es posible que nos quedemos sin conseguir la obra anhelada. Dar en la cabeza del clavo sin machucar un dedo es casi un imposible. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   Conocer la gente, es una casualidad; saberla tratar es una profesión. Libro “Reyes de cauchero a….”.

o   El prestigio es letal y mentiroso. Anula las verdaderas corrientes de la personalidad, las limita y las adocena, puesto que afloja los cordones del vigor y de la pureza íntima y los transforma en cabos sueltos y pretenciosos. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   El gracejo le chorreaba por los labios sin quemarle la lengua. Libro “Reyes de cauchero a…”.

o   El camino es uno, uno mismo. Dice Bolívar al presentar renuncia ante el Congreso Federal de la Nueva Granada y exiliarse en Jamaica, Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   Lo opuesto, a lo que es uno, es un sedante, un tranquilizante, un cojín de resortes para los brotes y los encontrones. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   Un cura rebelde es más peligroso que cien francotiradores. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   Cuando la tarde iniciaba su derrota, doña Segunda pegaba contra las paredes cuatro mechos y dos candelas. Ahí, en esos momentos, la fiera surgía debajo de las ruanas y de las mantillas. Libro “Reyes de cauchero a…”.

o   El sentido de la ridiculez es masivo y se le puede sacar provecho presentándola airosamente. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   Los héroes no tienen cara, ni voz, ni ningún signo especial. Los héroes son tan anodinos como los cataclismos que se presentan cada cien años, sin fecha fija. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   Desasosegado y repelente, las horas por venir me cogían la caña y anudaban sus segundos y sus minutos en la punta de un pañuelo, con avaricia. Libro “Reyes de cauchero a …”.

o   Mi historia continuaba repitiéndose. En lugar de unir, desunía. Bueno era saberlo para ponerle las enmiendas necesarias en el futuro. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   El odio, el amor, el desprecio, el miedo, todas las pasiones y también las bondades afloran puras y redondas a las pupilas. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   La madrugada chiquita escocía en las ojeras de la noche. Desde las pesebreras un rebullir de ancas y de crines se encaramaba a los cuartos. Libro “Reyes de cauchero a …”.

o   -El libertador Simón Bolívar,  juzga la lealtad de sus seguidores y subalternos -
Los apoyos que me ofrecieron estaban sujetos a las contraprestaciones que yo anunciaba y, aun, las mismas lealtades de mis subalternos no fueron más que advocaciones al sortilegio de mi fama. Mis procedimientos fueron diabólicos y sublimes. De otra manera estaría remendando mis ideales como un viejo y desengañado pescador. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o  - Simón Bolívar estudia como estimular a su tropa y nos dice lo que piensa. -
Un hombre con odio es capaz de destrozar una fortaleza y de comerse sus escombros. El hombre bien dirigido destruye imperios y destrona reyes. El odio es tan necesario en la lucha como el ideal. A la guerra se va para decapitar al enemigo, no se va a ella a rezar  salmos o a entonar misereres. Quien toma el fusil debe estar dispuesto a morir sobre su culata.

o   El alma del boyacense necesita alimentarse de milagros y de seres sobrenaturales. Ella, como pocas, posee la dentadura completa de los que no tienen edad, ni tiempo. Muerde los años con tarascada exacta y los pega en el rosario de sus murmuraciones con la saliva de su malicia. El duende es su preferido. El duende es su predilecto. El duende es su yo, con cascabeles y sambenito, alegre, retozón y empecinado en burlarse de todo el mundo comenzando por sí mismo. El campesino es agüerista, supersticioso, sin ser asustadizo ni débil. Se entrega a la vida con la pareja vocación del sacrificio, sin que para ello, se reduzca su estatura o se disminuya su categoría interior. Ama sus leyendas, sus tradiciones, sus ánimas en pena, como si cada jirón de su ser participara en la múltiple escena de la vida por encima de la muerte. Libro “Reyes de cauchero a …”.

o   Betéitiva, en Boyacá…..un vellón de oscura mansedumbre se insinúa al intentar que las vocales y las consonantes de este puebluco se insistan en deletrear, al fin, empolainadas de dulzura se sueltan con la música interior que poseen, dándole codazos al viento y empujones de alegría al espacio. Libro “Reyes de cauchero a…”.

o   El Valle de Belén, en Boyacá…..tiene el encanto de las cosas sencillas. Su forma es caprichosa e inusitada. Estrecho en un comienzo, se amplía como la voz del padre luego de años de muerto. Libro “Reyes de cauchero a …”.

o   La memoria es una dama grave, persuasiva, taciturna, que rara vez se equivoca y que cuando se equivoca, ella misma emprende el camino de la rectificación. Libro “Reyes de cauchero a…”

o   El atardecer se extendía largo y manso, con su sarpullido de vientos irisando las hojas de los árboles, con su respiración fatigosa, semejando a la de un anciano enfermo de asma y de recuerdos, con sus cicatrices a medio abrir esperando que la noche las socorriera para entregarse con verdadera felicidad al descanso. Libro “Reyes de cauchero a…”.

o   Yo soy un perezoso sexual. Un desidioso. Un encalambrado en estas materias. Pasivo hasta cierto punto, me limito a cumplir con mis obligaciones sexuales con esa tranquilidad asordinada de los seres que los lleva de la mano el miedo a cometer un pecado o un delito. Fui casto hasta el día en que casé. Y continué siendo casto desde el día en que enviudé. Mis propias palabras me traicionan. Escribo que fui casto como si el matrimonio me hubiera obligado a caer en la tentación y en el pecado. Es verdad. Para mí el sexo, aún en el matrimonio, es un pecado. Un pecado al que hay que soportar con las leyes divinas en el corazón y las leyes humanas en la mente. Un pecado permitido. Un pecado consentido por la sociedad para que ésta no se extinga. Un pecado con gratas, gratísimas implicaciones como son los hijos. Libro “Reyes de cauchero a…”.

o   Mi gran energía personal la encaucé en la acción, ya se llame ésta: descubrimiento, política, mando, organización, negocios, compromisos. Ese fue el canal de desagüe que me mantuvo en un solo nivel. Soy poco y nada imaginativo. A la imaginación le concedo apenas una ojeada y paso de largo. Me encanta tener las manos ocupadas en algo tangible, sustancioso, cierto. Las elucubraciones literarias o filosóficas me han dejado sin cuidado, tal vez porque las entiendo poco, tal vez porque pueden comprometer una parte escondida de mi conciencia y les tengo terror y las eludo, sin que su sombra apague mis intenciones ni su figura reemplace mis exactos contornos. Libro “Reyes de cauchero a….”.

o   Tuve una mujer por esposa y no tuve amantes, ni flirteos, ni emociones carnales, ni pasiones de enamorado. Virtud o defecto, quién sabe, en todo caso fui feliz a lo largo de mis años de mozo, de hombre y de viejo con este mantenido equilibrio. Y cosa singular. Yo me acepto como soy y no me tengo rabia. Pero, sucede que al contemplar a los demás, me molesta la gazmoñería y la pudibundez; por ejemplo: Caro, don Miguel Antonio, tenía sus resabios de virtuoso y sus peladeras de casto. No me gustaba. Veía que él en ese estado era absolutamente sincero, que por así decirlo, se le escurría de su piel y de sus poros y se le salía a su frente, algo así, como una leche virginal y pretenciosa lo envolvía desde sus botines hasta su cresta. El caminado majestuoso que lo distinguía, me daba la impresión, de que estaba imitando los pasitos truncos de un abate que soñó ser obispo y que apenas alcanzó la categoría de coadjutor. Don Miguel, tenía como yo, la manía de la castidad y en él sí era una virtud teologal y grandiosa. Se le alababa, se le consentía, se atajaban los chismes que procuraban enredarse en esa monolítica sobriedad. En mí apenas si aparecía como una falla glandular. En él, los tímpanos de los arcángeles y las cuerdas vocales de los serafines, se mantuvieron en éxtasis y en silencio durante mucho tiempo, para poder cantar con espacio la singular y novedosa alcurnia sexual de don Miguel. Libro “Reyes de cauchero a….”.

o   Colombia, cuando yo inicié mis peregrinaciones por su territorio, no era nada más que una inmensa sábana de rencores embutida en un botellón de emociones que se llamaba política. La política daba y quitaba el sueño al noventa y nueve por ciento de los colombianos. El noventa y ocho por ciento no la entendían pero sí se mataban por ella. Y un escaso uno por ciento, aprovechaba la oportunidad de darse a conocer con el milagroso don de su verbo arrebatado o con la prodigiosa vena de sus palabras escritas. Poetas y oradores. Nadie pensaba en ser menos ni en poder ser más. Y el país, continuaba en su estancamiento y en su miseria con la más atractiva indiferencia, indiferencia de los analfabetos que todo lo juegan a la quietud bobalicona de sus espíritus. Libro “Reyes de cauchero a….”.

o   Así llegue a General, nos narra Rafael Reyes -
Decidí unirme a los conservadores y me puse a buscarlos. Tan de buenas, que me encontré con la oportunidad, y debajo de la oportunidad estaban ellos. En el paso de la Balsa entre Cali y Cartago, el guerrillero Candela tenía sitiados y rodeados a dos batallones conservadores. Entendía la situación, calcé mis dos revólveres y los fui disparando sistemáticamente sobre la retaguardia de Candela. El guerrillero que ya estaba medio acobardado, supuso que un batallón de reserva lo atacaba por las espaldas y se perdió en la noche, levantando el cerco.
Rafael Reyes, de la noche a la mañana, se convirtió en una figura de primer orden. Me recibieron en el ejército regular como capitán, a los quince días estaba de coronel y me sobraron dos acciones, la una la de las Canoas y la otra la de Roldanillo, para asegurarme el generalato, que lo conseguí después de la batalla de Santa Bárbara de Cartago, en donde el general Payán, venció a un fuerte contingente enemigo.
De modo, pues, que cuando me llegó el telegrama de Núñez, le llegó al general Rafael Reyes Prieto y no al señor Rafael Reyes. La fortuna es tan simpática, que yo ya había decidido pocas horas antes, entregar las estrellas de general porque no estuve de acuerdo con los procederes atrabiliarios de la tropa conservadora contra mi buen amigo Juan de la Cruz Gaviria. Juan de la Cruz, asaltado y saqueado por unos cuantos descamisados, que entendían la guerra como una violación constante de los principios de la propiedad y del respeto a los derechos ajenos, me había hecho conocer el atropello y yo no estuve de acuerdo con él.
El mensaje de Núñez me frenó. Y me hizo pensar dos veces, mi renuncia. Los títulos, las estrellas de general y las condecoraciones, tienen cierto carisma y una gran atracción. Entre nosotros, el decir doctor, monseñor, general, es un ábrete sésamo. Libro “Reyes de cauchero a….”.

o   El General Rafael Reyes, llega a Panamá y pone orden  en abril de 1885  -
En tres días conseguí la rendición incondicional de Aizpuru. En un día más, logré la entrega de los delincuentes comunes Pautrizelle y Cocobolo, quienes en unión de Prestán, habían sido los autores materiales del incendio de Colón. Veinticuatro horas más tarde y por medio de un consejo de guerra, que personalmente presidí, estos criminales fueron condenados a morir fusilados. Y el seis de mayo, ocho días después de mi desembarco, ante cuatro mil espectadores, Cocobolo y Pautrizelle encomendaron su alma al creador y se fueron de este mundo, gracias a las balas de mis soldados y a mis órdenes personales.
A Núñez, que siempre le gustaron las frases lacónicas, le puse este cable: La justicia está salvada. Me imaginé su cara de sorpresa, debió pensar: este general me salió mariscal. La venganza es dulce cuando se sabe presentarla en bandeja de plata. Si Núñez me había sacado del anonimato para quemarme, estaba servido. Si me había sacado para ayudarme, también estaba servido. Libro “Reyes de cauchero a….”.

o   - El General Reyes, opina de quienes lo juzgan por mandar a fusilar a los condenados por la asonada y otros delitos en Panamá -
La responsabilidad, antes que la caridad, nos conduce de visita a la cárcel para demostrar nuestra preocupación por el amigo que cayó en el delito; pero la responsabilidad, nos obliga también a pedir que ese u otro ser, complemente su inteligencia con un oficio o con una profesión que lo defienda de los avatares de la existencia, y que no espere de la  caridad mal entendida, socorro, ayuda, o un mendrugo permanente de pan para premiarle su indolencia y su indisciplina.
Estos mismos dirigentes y este mismo pueblo, se rebelan y se alzan iracundos cuando alguien se atreve a disponer de una vida, que no servía para nada más que para causar conflictos y depredaciones. Se vuelven justos para juzgar y condenar lo que ellos llaman injusticia. Se rasgan las vestiduras, como los fariseos del evangelio, y tachan, reprochan, injurian al presunto verdugo, al impiadoso, que tuvo la osadía de borrar de la faz de esta tierra a un muérgano, a un zángano, a un parásito.
Conmigo, los dirigentes y el pueblo han tenido la amabilidad de criticar mis acciones bajo cuerda, en voz baja, y se han aprovechado de mis decisiones, sobre la muerte de los delincuentes que he mandado fusilar, para embadurnar mi memoria y mi imagen, con las frases elocuentes de mis detractores, que no son más, que aquellos que se han atrevido a decir en público lo que la gran mayoría murmura en privado.
Pautrizelle y Cocobolo fueron juzgados y condenados por un consejo de guerra. Se les encontró culpables de asesinato, de robo, de incendio, de asonada y de múltiples delitos más. A Prestán no se le pudo poner preso, porque escapó a tiempo y fue favorecido por  varios de sus amigos personales, muchos de ellos notables y conocidos en la sociedad colombiana. Si a Prestán lo cojo, también lo fusilo. Y nada tiene que ver mi bondad, mi ternura, mi dedicación a mi hogar, mi castidad perpetua, mi caballerosidad, con los motivos que me han llevado a suprimir una vida humana.
Mis compatriotas son extraordinarios, aborrecen la muerte violenta cuando no la propician ellos por medio de sus continuas guerras civiles. La aborrecen, cuando es uno de ellos, el que toma la determinación. A Santander y a Mosquera les vivían echando en cara sus órdenes de muerte. Aceptaban la necesidad de muchas de ellas, pero automáticamente se montaban en la tribuna de los jueces, para poder sindicar a sus grandes hombres, con algo que al común de los individuos, le queda fundillón y rastacuero, si quiere hacerlo. Libro “Reyes de cauchero a…”.

o   - Rafael Reyes conoce al Presidente Rafael Núñez
Una tarde lluviosa, de esas tardes bogotanas, destempladas y frías, que emperezan al más activo y desconciertan al más vivo, recibí una esquela en la que se me citaba a palacio a las siete y media de la noche. La firmaba una N grande y desgarbada. La guardé en el chaleco y seguí hojeando los anales del congreso, que desconocía de cabo a rabo. Me salí del recinto a eso de las seis de la tarde. A nadie le dije nada. Me subí por la calle once y en el restaurante Las Tres Tasas, me aperé, con unas buenas onces, para estar prevenido. Conozco mi fisiología. Con el estómago vacío soy lerdo, me da por no entender bien lo que me dicen o lo que me proponen. Debe ser un defecto de mi constitución, pero defecto o no, me cuido para evitar que me sorprendan en ayunas.
A las siete y cuarto de esa noche, estaba presentándome al oficial de guardia y explicándole mi presencia en ese sitio. El oficial ya tenía noticias de mi llegada y me llevó a un saloncito, coquetón y pintoresco, que más semejaba la antesala de una cortesana, que una oficina pública. Las poltronas forradas en cretonas de seda y con borlas de terciopelo en los brazos, las paredes con cuadros y miniaturas al óleo y el piso cubierto con una alfombra gruesa y deteriorada, me pusieron inquieto y sobre ascuas. Los gustos exageradamente lujosos me repelen. He vivido toda mi vida entre hombres; y entre hombres la vida es de una sencillez, muchas veces incómoda. Para pasar el rato, me puse a mirar las vitelas. Como no fumo ni fumé jamás, no sé entretener el tiempo, y la placentera ceremonia de prender un cigarro, de mirar su punta encendida, de darle un chupón glorioso y luego soltar el humo gris o azuloso, por las ventanas de la nariz, es un placer desconocido para mí.
En esas estaba, cuando por la espalda me atacó una voz de agradables tonalidades. ¿Le atrae la pintura, general? Oí que me decían. Me volví con presteza y no sin cierta emoción, me encontré de frente con la tan conocida cara del Regenerador. Era la primera vez que lo veía en persona. Los retratos de Núñez no dicen nada. Muestran con fidelidad a un ser pequeño y desmirriado, con un mechón rebelde sobre la frente y una barba metálica cubriéndole los carrillos. Nada más. Comprendí que las fotografías dejaban al personaje a media luz. Lo descascaraban, lo despersonalizaban, le quitaban ese almizcle de agua de colonia francesa combinada con yodo y sal, que él tenía. Y ese almizcle fue lo primero que  me llegó antes de estrecharle la mano. Cada quien tiene su propio y exclusivo olor. La masa huele a sudor y a mugre. El hombre distinguido se destaca por su perfume particular. Núñez, como buen sibarita, no ignoraba esta norma, y se sabía presentar con esa rara mezcla de sabrosísimo aroma que venía a ser como una esquela anticipada de cortesía y de buenas maneras. Impecable en el vestir, sus ropas bien cortadas, le caían sobre su enjuto cuerpo con una elegancia sencilla y a la vez llamativa. De los talones a las sienes se presentaba el caballero, el dandy, el que sabe cuidar su presentación sin exagerar los elementos que la componen. Sobriedad y finura. La camisa inmaculada resaltaba vibrante sobre la chaqueta de tipo francés que abrigaba sus hombros y su torso. El pantalón en línea perfecta, sin una arruga, se descolgaba sobre los botines, lustrosos y brillantes, con suma discreción. Me sentí un patán, un labriego, un aparecido. Me ha llamado la atención vestir a la última moda. Mi estatura se presta a darle a la ropa que uso, donaire y naturalidad. He considerado que aquellos personajes que se visten como marineros abandonados en un puerto, tienen la desventaja de entender la existencia como si ésta fuera un desfile de máscaras o una procesión de mendigos. Todo entra por casa y todo entra por los ojos. Aquél que considera que pierde su tiempo escogiendo una corbata, o una camisa, o el corte de una chaqueta o el arreglo de una solapa, es un débil mental que puede desempeñar el oficio de portero o de ministro, pero que no tiene la longitud estética que se requiere para dominar el medio y presentar una imagen limpia y atractiva.
Siéntese, general. Núñez me indicó una de las butacas, que me habían chocado…… Libro “Reyes de cauchero a….”.

o   Las salidas de don Quijote, fueron simples escaramuzas de muchacho inocente comparadas con las mías en la asamblea constituyente. El fuego, que al principio me asustó, a lo último me estaba gustando. Traía soliviantados a los políticos. Y como esos políticos a excepción de dos o tres figuras de relieve, eran un rebaño de ignorantes y de palúdicos, me incliné a seguir cascando las nueces de la imprudencia, para quitarles el sueño a esos retóricos culpables de tantas guerras civiles. Núñez me había entregado un arma poderosa: la popularidad. Y él me la entregó pensando que como buen soldado de fortuna, yo abusaría de ella para levantar mi propio patíbulo. El señor Núñez se equivocó, como se equivocaron conmigo cuantos tuvieron la desventaja de no saber leer entre líneas mi personalidad. La creyeron simple y escueta, la idearon a su amaño, antojadiza y débil; la incluyeron en el inventario de los objetos que se pueden tocar, limpiar y poner en un anaquel para ser contemplados desde lejos. Tamaña equivocación me sirvió de mucho. La despistada fue general. Y dejé que se despistaran para hacerme a mí fortaleza y a mis muros de protección. Reyes es puro relumbrón, es hueco, suena a falso, se deja ilusionar por tres o cuatro piropos que le digan y de contera, es boyacense. Eso significaba en esos tiempos, que al boyacense no se le tiene que tener miedo, sino que es digno de confianza por lo fácil de manejar. Bendita la hora en que mis amigos y mis émulos en esa corporación, se reían en mis propias barbas de mis inocentadas y de mis torpezas. Mientras los académicos hablaban y se desgañitaban por hacer de este país un paraíso de tripones y de castrados, yo, Reyes, dejaba que mi imaginación se torciera por los campos de los sueños, y se empinara por encima de esas cabezas saturadas de falsas concepciones, para observar el futuro y poner los mojones que me permitieran darme en el porvenir, cabida, cupo y entrada. Libro “Reyes de cauchero a…”.

o   La misión confidencial a que me mandaron Caro y Núñez, era tan difícil de llevar a término, como si a usted, con toda su buena voluntad, le dijera un amigo, que para demostrarle su estimación, debía leer en su idioma original todas las obras de Tácito y hacerle un resumen en esa misma lengua. La misión confidencial mía consistía en arreglar cuentas con los banqueros londinenses. Y para ese arreglo de cuentas, Colombia tenía que desembolsar, la plata que nunca había guardado en sus arcas. Mi objetivo no era otro, que el de conversar con los estirados ingleses y hacerles comprender a punta de simpatía y de buen humor, que si no prolongaban los plazos para las deudas pendientes, perderían el pan y el amo. Me encargué de esa misión confidencial, por falta de oficio y porque el anzuelo de conocer Europa, no se lo podía dejar tragar a otro. Libro “Reyes de cauchero a….”.

o   A los Holguines hay que tenerlos de amigos, de enemigos son más peligrosos que un bobo bien vestido y con chequera. Libro “Reyes de cauchero a…”.

o   Núñez se sentó de nuevo en palacio. Y valga la verdad, para reconocer que era el único personaje que soportaba impertérrito el desgaste del poder. No sé cómo supo de mi regreso al país. El caso fue, que un día, sin consultarme y sin avisarme me nombró su ministro de fomento. Yo, sin darle las gracias, me posesioné del cargo. Y asistí durante los meses en que lo desempeñé, a la más extraordinaria cátedra de aprendizaje político: el contacto con Núñez. Libro “Reyes de cauchero a…”.

o   No me seducen los andamiajes de barro y de saliva de la mayoría de los dirigentes colombianos. Libro “Reyes de cauchero a….”.

o   ….madre, la preocupación se me tornó en susto, ese pequeño miedo que suele acometer a los infantes, y que los desmadeja como si por dentro no tuvieran hueso sino lana. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.

o   Doña María y don Juan Vicente, decía yo, estaban sobre ascuas, porque ya era la segunda vez que les nacía un hijo de color más que tostado. Eso para ellos era una afrenta ignominiosa, porque los colocaba en entredicho entre sus parientes y allegados. El esplendor de mi bautizo, creo que se proyectó así de ostentoso para disfrazar la pifia de sus genes y dorar la píldora de mi color cetrino y hermoso, hermoso para quien siempre, como yo, ha preferido lo moreno a lo blancuzco. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.

o   En el costado izquierdo, el cuarto de mis padres, cerrado siempre, me sugería una peña sin musgo. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.

o  - Bolívar nos cuenta sobre los últimos momentos de su padre -
No tuvo la berraquera de agarrarse los cojones con las manos y de anunciarse a sí mismo el término de su peregrinaje. Don Juan Vicente se amilanó. Y lo que debió ser la rubricación de una vida de macho fue apenas la línea tenue de su pavor puesta al servicio febril y movedizo de su pensamiento con relación al más allá. Al coronel le salió al paso el turbulento destino de todos los españoles en presencia del tribunal supremo. Destino de acoquinamiento que los marca y los identifica en cualquier parte. Destino singular el de esta raza de violadores, de atrabiliarios, de guapos, de tiernos, de amargos, que se amilanan y se petrifican cuando ven cercano el final de su sendero. Yo tengo también entre mis venas este veneno. Y lo tengo para mal de mis pesares más agudo, más filoso, más tremante, porque fuera de haber recibido indirectamente este aliento, directamente me veo sujeto y objeto de tamaña bocarada, ya que mi padre incrustó en la sangre desde mi concepción ese miedo de amargura y de arrepentimiento, que me ha mantenido en el doble filo de un cuchillo, fluctuando entre la decisión de ser y la indecisión de negar mi propia autenticidad. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.


o  - Simón Bolívar recuerda su infancia y sus dolores y tristezas -
Mi caso fue un caso difícil. Yo era el que menos lo comprendía. Mi desasosiego era tal, que ni las caricias de Hipólita, ni los consentimientos de Josefa, la hermana menor de mi madre, que prácticamente también me adoptó por hijo, lograban sedarme. Es posible que en mi cabecita de niño se formara este laberinto de contradicciones: al fin y al cabo, ¿dónde está mi madre? ¿En cuál de tantas? Doña Inés Mancebo de Mijares me dio su leche; Hipólita la reemplazó y me entregó su vocación de madre y su piel de ébano; Josefa se anticipó conmigo la maternidad y cubrió mis mejillas de miramientos y de besos, como si yo fuera en verdad el fruto de su sangre. Extraños sucesos me han rodeado. Extraños e incomprensibles. No tengo una, sino tres madres. Estas me peleaban, satisfacían mis terquedades, le daban lugar a mis malos genios y se desvelaban cuando estaba enfermo y me miraban como si tuvieran enfrente una ilusión pronta a desvanecerse. ¿Qué pasaba? ¿Qué diablos tengo para no ser normal, como fueron todas las criaturas a esa edad?. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.


o   - Bolívar y las dificultades con sus maestros -
Tuve que regresar a Caracas. Y tomar a pecho los 12 años que ya tenía. Y aceptar, además, a los ocho días de mi regreso, a un joven de 16 años como profesor y maestro, el joven se llamaba Andrés Bello. Andrés, modoso, quieto, sutil, inteligente, prudente y colmado de todas las virtudes teologales, se puso en el trabajo de liquidar de una vez por todas, mi ignorancia. Yo también me puse en el trabajo de acertar a ello. Parece increíble que me tomara tanto esfuerzo el recibir los cuidados intelectuales de Andrés. Yo mismo no lo entendía. Bello en la sociedad caraqueña no tenía resistencias, su bondad y su talento se recibían como agua milagrosa, y poco común y se comentaban sus conocimientos en el corrillo de los ilustres, en las mesas de juego, en los atrios de las iglesias, en los conventos y hasta en el cabildo, donde la envidia por su inteligencia solía asomar. Andrés Bello carecía de reparos. Por petición expresa de mi tío Carlos aceptó ser mi maestro y ahora yo, Simón Antonio Bolívar, ¿me atrevía a repudiarlo? No era posible. Y sobre éste no era posible monté mis fuerzas interiores para que Andrés Bello me dictara cátedra y yo la pudiera aprovechar. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.

o   Simón Rodríguez, después de mi actitud rebelde para tratar de salir de su casa, no se puso a dar rodeos para acercárseme, de un solo envión avasalladoramente se me ofreció sin grandes discursos, sin en- redadas razones, sin apelar a la moral y a los dictados religiosos. Simón se identificó conmigo, se solidarizó con esta hirviente y neurótica constitución que me individualiza y pude refugiarme en él, sin la prevención de verme en cualquier instante desalojado y solo.
No puedo sostener que el tipo de sus enseñanzas seguían una cartilla fija, o un orden especial. Nada de eso. Lejos del tedioso trajín de las tareas y del monstruoso aprendizaje de memoria de textos y de parágrafos, Simón se puso a la diestra de mi pensamiento y me inclinó hacia el terreno de la creatividad. “Usa lo que tienes a tu disposición –me decía– usa tu vista, tu tacto, tus impulsos destructivos, úsalos sin miedo, pero con la condición de que tus actos se vean representados en algo que te solace que te complazca, que te saque de quicio por la alegría de verte reflejado en ellos”. Este puede ser el resumen de las enseñanzas de Simón.
El primer contacto entre los dos fue efímero y terminó en punta. 1796 marcó las iniciales de la inquietud social que se asomaba débilmente por estas tierras. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.

o  Bolívar explica el preámbulo de su vida _
El comer y el dormir sin ambiciones es una receta de probados beneficios. El organismo humano como el organismo social es, al fin y al cabo, la más noble estructura, edificada para que unos cuantos soporten la bellaquería de otros tantos, sin que su digestión se altere o se modifique.
En el joven la pereza puede ser reemplazada por la juerga o por la parranda. En el viejo, por los recuerdos. A mí el trago no me atrae, ni me place, ni me complace, me repugna. Considero que tomarse a él, y amarrarse a él, es una muestra de incapacidad para aceptar la realidad.
El licor, como el juego es una vía de escape que no conduce a ninguna parte. Quiebra la unidad de la persona y la maltrata y la menoscaba sin dejarla ser lo que pretende o lo que ambiciona. La mujer, el sexo, es diferente. En la mujer se encuentra uno más claro, más nítido, más dúctil. Por ella y con ella se vibra al compás de un ritmo soberano, ritmo del amor. La mujer es un solaz y una compensación y una manera de equilibrar nuestras distorsionadas emociones. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.

o  Bolívar mira como la colonización fue idealizada y divinizada para beneficio y manejo del pueblo -
Esto, enunciado, aparece sencillo. En el futuro, las personas que lean este manuscrito se dirán o se preguntarán extrañados cuál era la intención de Bolívar al hablar de la divinización de los reyes.
Mi intención es muy simple, veámosla: el español, al conquistar la América, llevó consigo dos instrumentos eficaces para el poder: una cruz y un estandarte. La cruz y el estandarte estaban ligados, unidos, integrados en una sola pieza: el mito. Dios y rey, funda y puñal, mano y dedos, constituyeron durante cuatrocientos años la omnipotencia y la ley. Dios, ser divino, le entregó al rey, ser humano, todos sus poderes y fuerzas. El rey las aceptó con la condición de que las criaturas a su cargo seguirían primero a ese Dios misterioso y lejano, que tenía el don de hacerse visible por intermedio de su único representante en la tierra: el monarca. En el ánimo de los indígenas y en el de sus descendientes los mestizos se quedó tatuada la doble imagen de dios y rey y ante ella y ante sus servidores los conquistadores y los frailes se inclinaron reverentes, asustados, temblorosos, para conseguir con su sumisión no sólo el perdón de sus pecados sino también evitar que el garrote del amo tallara de cicatrices sus espaldas.
Los siglos se sucedieron unos tras otros y la espada que llevaba en la empuñadura una cruz cruzó los cielos americanos, los domeñó, los amansó y en los valles, en las cordilleras, en las vertientes, la ermita, hermana menor de la catedral, alzó en su espadaña y en su campanario la anunciación de los desamparados, el ángelus de los desposeídos, siempre y cuando estos se habituaran por ley divina a la obediencia, a la esclavitud, a la entrega de sus cuerpos y de sus almas, primero a Dios y luego a su amo terrenal, el conquistador.
La conquista y la colonia se fundieron en un solo cuerpo. Las costumbres de doscientos años se pegaron a la piel de otros dos….. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.


o  Simón Bolívar conoce a su futura esposa (María Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza 1.781-1.803) en España -
Fue una búsqueda de descongelación interior para encontrar aquello que desde niño se le había negado por sistema: amor y ternura. Simón, el joven, se casó con María Teresa porque vio en ella la posibilidad de encontrarse con la madre que nunca tuvo. Con la madre madre, con la mujer enjundiosa y dulce que lo mimara y acariciara sin exigirle nada. Simón, el joven no se dio cuenta de que María Teresa, desgraciadamente, poseía las mismas características, temperamentales de doña María Concepción Palacios de Bolívar. Hija única, mujer y madre prematura. Se había encargado de la educación y del cuidado de sus hermanos menores. En fin, una serie de condiciones similares a su misma madre. Simón, el joven, perseguía el matrimonio para hacerse perdonar la indiferencia y el odio que tuvo hacia su madre. Odio justificado desde su punto de vista. Odio que tenía raíces amorosas y personales. Odio que se alimentaba de hambres de dulzuras insatisfechas. Odio por lo que no le dio doña María Concepción. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.


o   Simón Bolívar nos comenta sobre su vida sexual, y su primera amante -
Fanny apresuró a tal grado mi educación sexual que fue mi amiga y mi amante. Frase esta que tiene mucho de cursi, pero que es evidente, quizás por lo que jamás sucede en muchas parejas esta situación ambivalente. La amante exige, pretende copar al hombre, sin tasa ni medida, lo succiona, lo chupa, lo inutiliza con la esperanza de que fuera de ella no encuentre nada de su gusto, y, en esta tarea destructiva, acaba en el hombre los filos de su talento, de su inteligencia, de su conversación, de su cultura, para reemplazarlos por la monótona y agotante histeria del solo placer físico. El sexo, para la amante torpe, es un fin y un objetivo y busca por todos los medios de darle salida a sus instintos, lo cual desemboca, la más de las veces, en una franca o en una solapada retirada de parte del hombre víctima de estos fuegos. La amistad debe surgir luego de un proceso de entendimiento sexual, si no surge viene el cansancio mutuo y con él la rabia del hombre o la rabia de la mujer al sentirse atados a una llama que lo consume todo sin la oportunidad de conocerse mutuamente. Amor y amistad están hechos para formar un solo cuerpo. Fanny me enumeró el alfabeto del amor con la conciencia limpia por parte de ella, de que no estábamos cometiendo un pecado. Ella, conmigo, suplía las indiferencias de un marido lejano, que no la amaba y que poco la entendía. Yo, estaba surgiendo un ambiente desconocido para mí, pero sutilmente hermoso, cuál era el ambiente de la entrega amorosa sin las complicaciones caóticas de la culpa o del remordimiento.
El sexo en mí ha sido una necesidad biológica y espiritual. A la palabra necesidad no le quiero dar la significación que muchos le pueden dar. No, necesidad es algo sin esfuerzos ni represiones que se nos suelta dentro de nosotros sin ponernos en apuros o en conflictos. La necesidad puede, en determinado momento, confundirse con el instinto, pero no es lo mismo. Tiene sus puntos de contacto por su inmensa atracción telúrica y fuerte, pero se diferencia en sus ribetes espirituales y magníficos, que funden y confunden, la simple materialidad de sus pretensiones con la rica gama de sus satisfacciones. Ya fui y soy un sensual y un sexual. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.


o   Bolívar en Paris, asiste a la coronación de Napoleón y nos comenta como aprecia al pueblo francés frente a estas ceremonias -
El pueblo tiene alma de payaso. Le placen los afeites y los colorines y se estremece de complacencia al contemplar a sus héroes como monigotes adornados de oro y de pedrerías. El pueblo no concibe la sencillez y la simplicidad, nació dentro de ella y la repudia igual que un amante cansado rechaza a su amor al verle las primeras arrugas en el rostro. El pueblo desde los más remotos tiempos fue llevado y traído por los hombres que han tenido el suficiente coraje para enfrentarse a sus pasiones dándoles pan y fuego. Los césares romanos fueron los primeros profesores de la psicología colectiva y los juegos circenses, donde se le arrojaba al populacho monedas de cobre, vino, sangre, violencia representan el mejor timón de las pasiones masivas puesto que, sin engañar a la fiera, se le domaba trasquilándola y ofreciéndole el placer a manos llenas. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o  Bolívar y Simón Rodríguez van a pie de París a Italia –
…… De pronto, observé en la acera del frente una figura cuyas líneas no me eran desconocidas. “No es posible”, me dije, “ese hombre no puede estar aquí”. La figura me volvió a mirar. “Simón Rodríguez”, exclamé. Solté un carajo tan amplio como una catedral y de dos saltos estuve a su lado abrazándolo. Simón, mi tocayo, mi guía espiritual, recibió mis abrazos con esa asténica y a la vez alegre extroversión que lo caracterizaba. Conversamos sin que las horas nos cercaran. Yo hablaba y hablaba sin parar. Él me escuchaba sin cansarse. Al final, Rodríguez me lanzó esta frase: “Tú, muchacho, estás perdiendo aquí el tiempo y la salud, camina conmigo a dar una gira hasta Italia”. Le acepté irrevocablemente. Eso era lo que yo necesitaba. “Voy a contratar un coche”, fue mi expresión de júbilo. No seas pendejo Simón, me contestó, el paseo es a pie, sin equipaje, sin vestuario fino, caminando como te enseñé de niño.
El año de 1805 marcó en mi ánimo un dibujo indeleble. Inicié con mi maestro la marcha a pie por Francia y parte de Italia. De París a Lyon con un pequeño atado a la espalda, un palo en las manos y los ojos de par en par absorbiendo el paisaje. Simón Rodríguez caminaba a grandes zancadas. Enteco y frágil en apariencia, poseía la fuerza de un espartaco. Ágil y recto se comía las leguas con mi persona jadeando detrás. Al principio yo quedaba exhausto, luego me fui adaptando al ritmo del ejercicio. Y por último competía con Rodríguez sin darle resuello y sin pedirle espera. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   Confieso que me bebí a Roma en el cántaro de su propia arcilla y todavía me queda la sed de ese licor que, sin empalagarme, sacudió los tejidos de mi espíritu con la suave frescura de su perenne linfa. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.


o  - ¿Que impulso a Simón Bolívar, voluntad o egoísmo? -
Yo creo que en los fracasados predominaba apenas un auto convencimiento pero no una voluntad firme. A la voluntad hay que entenderla. Juicios astronómicos y conceptos por igual se entre- veían para definir esta palabra. La filosofía hurga con sus tenedores de alambre los campos de su reino. Se le define y se le exalta, se le indica y se le sindica de ser el motor y el impulso de cuantas acciones o reacciones puedan caber en el desarrollo de la humanidad. A pesar de tanto escándalo en torno a la voluntad, ésta continuará siendo un ente irracional, colocado a un bajo salario por los elementos menores y por las criaturas mediocres. El elegido, el destinado, no sobrevive sin las presiones de su egoísmo. Y aquí entra un concepto, o mejor aún, mi concepto sacrílego sobre la voluntad: el egoísmo. Y en torno a él el cortocircuito de las complejidades humanas se encrespa invadiendo los campos de la profecía y de la adivinación.
Yo soy un predestinado, un predestinado con la egolatría suficiente para dar el salto sobre las pequeñas y las grandes pasiones cuando así lo necesito. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   Sobre Francisco Miranda y Antonio Nariño, el Libertador nos da su opinión
A dos hombres admiré y a esos mismos abandoné cuando así me convenía. A Miranda y a Nariño. La vida de este par de sujetos puede considerarse paralela. Hay tal similitud en la avidez de su conducta y de sus rostros que, ojeando su historia, repasándola y conociéndola, como yo la conozco, el soplo de la gemelidad me hace identificarlos.
No puedo recordar al uno sin que el otro meta baza en mi pensamiento. Miranda era caraqueño. Nariño, santafereño. Miranda, alto, garboso, lúcido, ancho de espaldas, de miembros fuertes, de quijada prominente, de mejillas sonrosadas, de tez blanca y manos y pies pequeños, contrastaba físicamente con Antonio Nariño, que lucía desmirriado y patojo, chupado y frágil, menudo y parco de carnes y de músculos, de color y pelo oscuro, sin embargo, esta diferencia, física ahondaba aún más su cercanía intelectual y espiritual. En ambos se establecía al conocerlos la redondez de su talento. Su cultura superior se desbocaba en ellos con la facilidad con que se desboca un caballo de pura raza. Nariño, un poco silencioso se agazapaba en el vocablo cuando no veía la necesidad de utilizarlo como látigo o como bordón. Miranda, más espontáneo, dilapidaba las interjeciones con la soltura y la generosidad de un manirroto. Para a ello, a sus vidas las cruza el relámpago de la providencia, y del genio.
Miranda y Nariño no tuvieron suerte. Ni supieron aprovechar sus riquezas mentales. El caraqueño nació parado igual que el granadino. Ambos ricos y miembros de la mejor sociedad, de sus ciudades nata- les, se empinaron sobre esas condiciones para usarlas sin tasa ni medida. Miranda, a los quince años, era un prodigio. O al menos como tal lo presentan sus amigos y seguidores. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   – ¿Cómo empieza su tarea heroica, Simón Bolívar? -
Aquí se inicia mi peregrinaje. Como una lanzadera voy a recorrer miles y miles de kilómetros. En barco, en mula, a caballo, en asnos, a pie. Me convertí en un tragaleguas formidable. Puertos, bahías, recodos, rincones, valles, montañas, páramos, estepas, maniguas serán atravesadas por mí. Conoceré la sed y el hambre tan de cerca, que no me asustarán sus fauces entreabiertas. Seré un corsario y un beduino, con la nuca expuesta a los soles y a las ventiscas. Mis nalgas y mis entrepiernas se cubrirán de un grueso callo, que me dará mi apelativo, póstumo: culo de hierro. Y la insatisfacción de las distancias se asomará a mis ojos cada vez que tenga que detenerme. ………….  Treinta años y el grado de teniente coronel formaban mi equipaje cuando salí exiliado de Venezuela, por primera vez. Treinta años quemados por la pasión y por la locura, sin que nada especial hubiera hecho. Treinta años, sin crecer por dentro, afiliado al partido de la eternidad, sin seguidores, sin amos, sin padre y sin madre, dolorosamente suelto ante la vida. Ese y nada más que ese era mi equipaje y mi herencia. Tenía haciendas, casas, ganado, esclavos, pero de nada me servían esas incomodidades. De nada me servían si no estaba en posibilidad de darles un objetivo, una función, un credo. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o  Simón Bolívar es nombrado General y conoce a Francisco de Paula Santander, así lo cuenta el mismo. -
Don Camilo Torres, presidente de la Federación, en un gallardo gesto, me hizo general. Mi estreno de este grado coincidió con mi enfrentamiento con Santander. El sargento mayor estaba a las órdenes del coronel Castillo, en La Grita, un puesto de avanzada, y se hallaba embolatado y sin saber para qué lado tomar, con las tropas a sus órdenes. Temperamental como soy y empeñado en seguir avanzando, no dudé un segundo en decirle que le indicara a la tropa tal o cual movimiento. Santander me contestó que su jefe inmediato era el coronel Castillo. El sargento tenía razón, pero como en la guerra el tener razón o no es asunto de segundo plano, mis palabras fueron tajantes. Le dije: “O usted me fusila o lo fusilo yo, pero si mi orden no está cumplida en una hora, aténgase a las consecuencias”.
Santander me obedeció y pensé tener en él a un amigo. No lo conocía bien. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.


o  Simón Bolívar maneja a los congresistas de la Unión -
A los congresistas se les debe y se les tiene que mantener a distancia. A los congresistas los manejé con maestría. Con maestría no exenta de ductilidad y de gracia. Ellos se dejan manejar, si a ninguna de sus impertinencias se les tacha. A sus impertinencias, nunca les dije que no, pero seguía haciendo mi voluntad. Me jugaba las cartas del fracaso, pero algo tiene uno que arriesgar si quiere salir con la cabeza sobre los hombros.  Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   Los pueblos no tienen carácter y las masas menos. De ahí la razón por la cual, solamente aquellos que sí tenemos carácter podemos mandar una nación y establecer un Estado. El pueblo venezolano no era la excepción. Fluctuaba entre el despotismo español, conocido, y el túnel de la libertad, desconocido. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   Las extrañas pero necesarias alianzas políticas entre los opositores, así cuenta Bolívar su relación con Camilo Torres.
En Tunja, mi protector, don Camilo Torres, seguía mangoneando. A él me acogí. Curiosas relaciones las nuestras. Es casi imposible encontrar a dos personas tan opuestas como don Camilo y yo. Fisonomía, carácter, inclinaciones, gustos y defectos nos separan. Él es parco en el decir, en el comer, en el caminar, yo soy explosivo. Él es modoso, aplomado, yo soy el anverso de esa moneda. Él es parsimonioso en la disertación y la adorna con citas y latinajos, yo soy directo, apabullante, garboso en el hablar y me invento giros y recurro a la improvisación con un desenfado irrespetuoso. Don Camilo es docto en leyes y en recursos curialescos, a mí me apasiona hacer normas y escurrir el bulto para que no me las  apliquen. Él es sereno y yo soy impetuoso. Él es aceite y yo soy azogue. Pese a tantas y a tan marcadas diferencias, yo fui un admirador de don Camilo y don Camilo me, dio muestras de ser un amigo mío. Los parecidos y las semejanzas temperamentales o filo- sóficas entre dos personas nunca acercan, al contrario, separan. Políticamente hablando, Torres sustentaba el federalismo, así como su gran adversario, Nariño, sostenía el centralismo. Mis inclinaciones políticas estaban con Nariño, pero el Precursor tenía un genio funesto: similar al mío. Autoritario y repelente. Agresivo y trabajoso. Pleitista y entrador. Generoso y profético. Ansioso y vehemente pero complicado y problemático. Hirsuto en el trato y soberbio en grado sumo, se consideraba el ombligo de la Nueva Granada…………….Es posible que la idea de mi alianza con Torres repugne a primera vista. Equivocada impresión, yo no estaba sirviéndole al federalismo, estaba sirviéndome del federalismo para alcanzar la unidad. Torres persistió en darme su respaldo. Pero, para que ese respaldo fuera efectivo, Torres y sus amigos me exigieron que me tomara la ciudad rebelde: Bogotá. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   El Libertador Simón Bolívar, nos cuenta algunos de momentos importantes y su situación económica en su exilio en la isla de Jamaica.
El atentado me sirvió para conseguir unos dineros prestados. La misericordia mueve las montañas y afloja las bolsas de los avaros. Al caído, no se le socorre sino cuando inspira lástima. Y, en mi caso, yo estaba bordeando los terrenos de la compasión.
A todas éstas, me llegó una carta de Cartagena, en la cual se me nombraba comandante en jefe de esa ciudad. Morillo, le había puesto sitio. Mis enemigos, ahora con Bermúdez al frente, se opusieron a que se me llamara de urgencia. Sin embargo, primó el concepto de las mayorías y de ahí el nombramiento y la misiva. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

o   ¿Cómo se veía Bolívar en comparación con un hombre como José Antonio Sucre?
Yo he seguido las huellas de la gloria con desafiante constancia, he cometido errores y he tenido que salvar a mi saliva de la amargura de las hieles. En mí, las generaciones futuras tendrán que ver a un ser atormentado por una sola idea, a un ser destinado por alguien superior a cumplir un cometido, a darle vuelco a una situación milenaria, a transformar un mundo donde la oscuridad y la miseria se repartían entre el noventa y nueve y medio de sus habitantes. He pecado por excesos, y mis excesos tienen que ser perdonados y aceptados y admitidos, porque ellos emanan de una raza, la raza americana, ardida de necesidades y mustia de urgencias. Yo tuve que ser así. Estaba escrito. Sucre, en cambio, no tenía por qué ser tan perfecto, y, sin embargo, persistió en esa perfección hasta su tumba. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.

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