En esta pagina aparecen algunas frases y párrafos que encuentran en los libros de Mario H. Perico Ramirez, las ponemos porque algunos lectores las han destacado.
En letra cursiva está el libro del cual se extraen.
Por lo anterior, esta pagina está ampliándose y refrescándose frecuentemente:
o Si
buscamos el perfeccionismo, es posible que nos quedemos sin conseguir la obra
anhelada. Dar en la cabeza del clavo sin machucar un dedo es casi un imposible.
Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o
Conocer
la gente, es una casualidad; saberla tratar es una profesión. Libro “Reyes de cauchero a….”.
o
El
prestigio es letal y mentiroso. Anula las verdaderas corrientes de la
personalidad, las limita y las adocena, puesto que afloja los cordones del
vigor y de la pureza íntima y los transforma en cabos sueltos y pretenciosos. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o
El
gracejo le chorreaba por los labios sin quemarle la lengua. Libro “Reyes de cauchero a…”.
o
El
camino es uno, uno mismo. Dice Bolívar al
presentar renuncia ante el Congreso Federal de la Nueva Granada y exiliarse en
Jamaica, Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o
Lo
opuesto, a lo que es uno, es un sedante, un tranquilizante, un cojín de
resortes para los brotes y los encontrones. Libro
“Bolívar el héroe crucificado”.
o
Un
cura rebelde es más peligroso que cien francotiradores. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o
Cuando
la tarde iniciaba su derrota, doña Segunda pegaba contra las paredes cuatro
mechos y dos candelas. Ahí, en esos momentos, la fiera surgía debajo de las
ruanas y de las mantillas. Libro “Reyes
de cauchero a…”.
o El sentido de la ridiculez es
masivo y se le puede sacar provecho presentándola airosamente. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o Los héroes no tienen cara, ni
voz, ni ningún signo especial. Los héroes son tan anodinos como los cataclismos
que se presentan cada cien años, sin fecha fija. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o Desasosegado y repelente, las
horas por venir me cogían la caña y anudaban sus segundos y sus minutos en la
punta de un pañuelo, con avaricia. Libro “Reyes
de cauchero a …”.
o Mi historia continuaba
repitiéndose. En lugar de unir, desunía. Bueno era saberlo para ponerle las
enmiendas necesarias en el futuro. Libro
“Bolívar el héroe crucificado”.
o El odio, el amor, el desprecio,
el miedo, todas las pasiones y también las bondades afloran puras y redondas a
las pupilas. Libro “Bolívar el héroe
crucificado”.
o La madrugada chiquita escocía en
las ojeras de la noche. Desde las pesebreras un rebullir de ancas y de crines
se encaramaba a los cuartos. Libro “Reyes
de cauchero a …”.
o
-El
libertador Simón Bolívar, juzga la lealtad
de sus seguidores y subalternos -
Los apoyos que me ofrecieron estaban sujetos a las contraprestaciones que
yo anunciaba y, aun, las mismas lealtades de mis subalternos no fueron más que
advocaciones al sortilegio de mi fama. Mis procedimientos fueron diabólicos y
sublimes. De otra manera estaría remendando mis ideales como un viejo y
desengañado pescador. Libro “Bolívar el
héroe crucificado”.
o - Simón Bolívar estudia como estimular a su
tropa y nos dice lo que piensa. -
Un hombre con odio es capaz de destrozar una fortaleza y
de comerse sus escombros. El hombre bien dirigido destruye imperios y destrona
reyes. El odio es tan necesario en la lucha como el ideal. A la guerra se va
para decapitar al enemigo, no se va a ella a rezar salmos o a entonar misereres. Quien toma el
fusil debe estar dispuesto a morir sobre su culata.
o El
alma del boyacense necesita alimentarse de milagros y de seres sobrenaturales.
Ella, como pocas, posee la dentadura completa de los que no tienen edad, ni
tiempo. Muerde los años con tarascada exacta y los pega en el rosario de sus
murmuraciones con la saliva de su malicia. El duende es su preferido. El duende
es su predilecto. El duende es su yo, con cascabeles y sambenito, alegre,
retozón y empecinado en burlarse de todo el mundo comenzando por sí mismo. El
campesino es agüerista, supersticioso, sin ser asustadizo ni débil. Se entrega
a la vida con la pareja vocación del sacrificio, sin que para ello, se reduzca
su estatura o se disminuya su categoría interior. Ama sus leyendas, sus
tradiciones, sus ánimas en pena, como si cada jirón de su ser participara en la
múltiple escena de la vida por encima de la muerte. Libro “Reyes de cauchero a …”.
o Betéitiva,
en Boyacá…..un vellón de oscura mansedumbre se insinúa al intentar que las
vocales y las consonantes de este puebluco se insistan en deletrear, al fin,
empolainadas de dulzura se sueltan con la música interior que poseen, dándole
codazos al viento y empujones de alegría al espacio. Libro “Reyes de cauchero a…”.
o El
Valle de Belén, en Boyacá…..tiene el encanto de las cosas sencillas. Su forma
es caprichosa e inusitada. Estrecho en un comienzo, se amplía como la voz del
padre luego de años de muerto. Libro
“Reyes de cauchero a …”.
o La
memoria es una dama grave, persuasiva, taciturna, que rara vez se equivoca y
que cuando se equivoca, ella misma emprende el camino de la rectificación. Libro “Reyes de cauchero a…”
o El
atardecer se extendía largo y manso, con su sarpullido de vientos irisando las
hojas de los árboles, con su respiración fatigosa, semejando a la de un anciano
enfermo de asma y de recuerdos, con sus cicatrices a medio abrir esperando que
la noche las socorriera para entregarse con verdadera felicidad al descanso. Libro “Reyes de cauchero a…”.
o Yo
soy un perezoso sexual. Un desidioso. Un encalambrado en estas materias. Pasivo
hasta cierto punto, me limito a cumplir con mis obligaciones sexuales con esa
tranquilidad asordinada de los seres que los lleva de la mano el miedo a
cometer un pecado o un delito. Fui casto hasta el día en que casé. Y continué
siendo casto desde el día en que enviudé. Mis propias palabras me traicionan.
Escribo que fui casto como si el matrimonio me hubiera obligado a caer en la
tentación y en el pecado. Es verdad. Para mí el sexo, aún en el matrimonio, es
un pecado. Un pecado al que hay que soportar con las leyes divinas en el
corazón y las leyes humanas en la mente. Un pecado permitido. Un pecado
consentido por la sociedad para que ésta no se extinga. Un pecado con gratas,
gratísimas implicaciones como son los hijos. Libro “Reyes de cauchero a…”.
o Mi
gran energía personal la encaucé en la acción, ya se llame ésta:
descubrimiento, política, mando, organización, negocios, compromisos. Ese fue
el canal de desagüe que me mantuvo en un solo nivel. Soy poco y nada
imaginativo. A la imaginación le concedo apenas una ojeada y paso de largo. Me
encanta tener las manos ocupadas en algo tangible, sustancioso, cierto. Las
elucubraciones literarias o filosóficas me han dejado sin cuidado, tal vez
porque las entiendo poco, tal vez porque pueden comprometer una parte escondida
de mi conciencia y les tengo terror y las eludo, sin que su sombra apague mis
intenciones ni su figura reemplace mis exactos contornos. Libro “Reyes de cauchero a….”.
o Tuve
una mujer por esposa y no tuve amantes, ni flirteos, ni emociones carnales, ni
pasiones de enamorado. Virtud o defecto, quién sabe, en todo caso fui feliz a
lo largo de mis años de mozo, de hombre y de viejo con este mantenido
equilibrio. Y cosa singular. Yo me acepto como soy y no me tengo rabia. Pero,
sucede que al contemplar a los demás, me molesta la gazmoñería y la pudibundez;
por ejemplo: Caro, don Miguel Antonio, tenía sus resabios de virtuoso y sus
peladeras de casto. No me gustaba. Veía que él en ese estado era absolutamente
sincero, que por así decirlo, se le escurría de su piel y de sus poros y se le
salía a su frente, algo así, como una leche virginal y pretenciosa lo envolvía
desde sus botines hasta su cresta. El caminado majestuoso que lo distinguía, me
daba la impresión, de que estaba imitando los pasitos truncos de un abate que
soñó ser obispo y que apenas alcanzó la categoría de coadjutor. Don Miguel,
tenía como yo, la manía de la castidad y en él sí era una virtud teologal y
grandiosa. Se le alababa, se le consentía, se atajaban los chismes que
procuraban enredarse en esa monolítica sobriedad. En mí apenas si aparecía como
una falla glandular. En él, los tímpanos de los arcángeles y las cuerdas
vocales de los serafines, se mantuvieron en éxtasis y en silencio durante mucho
tiempo, para poder cantar con espacio la singular y novedosa alcurnia sexual de
don Miguel. Libro “Reyes de cauchero
a….”.
o Colombia,
cuando yo inicié mis peregrinaciones por su territorio, no era nada más que una
inmensa sábana de rencores embutida en un botellón de emociones que se llamaba
política. La política daba y quitaba el sueño al noventa y nueve por ciento de
los colombianos. El noventa y ocho por ciento no la entendían pero sí se
mataban por ella. Y un escaso uno por ciento, aprovechaba la oportunidad de
darse a conocer con el milagroso don de su verbo arrebatado o con la prodigiosa
vena de sus palabras escritas. Poetas y oradores. Nadie pensaba en ser menos ni
en poder ser más. Y el país, continuaba en su estancamiento y en su miseria con
la más atractiva indiferencia, indiferencia de los analfabetos que todo lo
juegan a la quietud bobalicona de sus espíritus. Libro “Reyes de cauchero a….”.
o
Así llegue
a General, nos narra Rafael Reyes -
Decidí unirme a los conservadores y me puse a buscarlos.
Tan de buenas, que me encontré con la oportunidad, y debajo de la oportunidad
estaban ellos. En el paso de la Balsa entre Cali y Cartago, el guerrillero
Candela tenía sitiados y rodeados a dos batallones conservadores. Entendía la
situación, calcé mis dos revólveres y los fui disparando sistemáticamente sobre
la retaguardia de Candela. El guerrillero que ya estaba medio acobardado,
supuso que un batallón de reserva lo atacaba por las espaldas y se perdió en la
noche, levantando el cerco.
Rafael Reyes, de la noche a la mañana, se convirtió en una
figura de primer orden. Me recibieron en el ejército regular como capitán, a
los quince días estaba de coronel y me sobraron dos acciones, la una la de las
Canoas y la otra la de Roldanillo, para asegurarme el generalato, que lo
conseguí después de la batalla de Santa Bárbara de Cartago, en donde el general
Payán, venció a un fuerte contingente enemigo.
De modo, pues, que cuando me llegó el telegrama de Núñez,
le llegó al general Rafael Reyes Prieto y no al señor Rafael Reyes. La fortuna
es tan simpática, que yo ya había decidido pocas horas antes, entregar las
estrellas de general porque no estuve de acuerdo con los procederes
atrabiliarios de la tropa conservadora contra mi buen amigo Juan de la Cruz
Gaviria. Juan de la Cruz, asaltado y saqueado por unos cuantos descamisados,
que entendían la guerra como una violación constante de los principios de la
propiedad y del respeto a los derechos ajenos, me había hecho conocer el atropello
y yo no estuve de acuerdo con él.
El mensaje de Núñez me frenó. Y me hizo pensar dos veces, mi renuncia.
Los títulos, las estrellas de general y las condecoraciones, tienen cierto
carisma y una gran atracción. Entre nosotros, el decir doctor, monseñor, general,
es un ábrete sésamo. Libro “Reyes de
cauchero a….”.
o
El General
Rafael Reyes, llega a Panamá y pone orden
en abril de 1885 -
En tres días conseguí la rendición incondicional de
Aizpuru. En un día más, logré la entrega de los delincuentes comunes
Pautrizelle y Cocobolo, quienes en unión de Prestán, habían sido los autores
materiales del incendio de Colón. Veinticuatro horas más tarde y por medio de
un consejo de guerra, que personalmente presidí, estos criminales fueron
condenados a morir fusilados. Y el seis de mayo, ocho días después de mi
desembarco, ante cuatro mil espectadores, Cocobolo y Pautrizelle encomendaron
su alma al creador y se fueron de este mundo, gracias a las balas de mis
soldados y a mis órdenes personales.
A Núñez, que siempre le gustaron las frases lacónicas, le
puse este cable: La justicia está salvada. Me imaginé su cara de sorpresa,
debió pensar: este general me salió mariscal. La venganza es dulce cuando se
sabe presentarla en bandeja de plata. Si Núñez me había sacado del anonimato
para quemarme, estaba servido. Si me había sacado para ayudarme, también estaba
servido. Libro “Reyes de cauchero a….”.
o - El General Reyes, opina de quienes lo
juzgan por mandar a fusilar a los condenados por la asonada y otros delitos en
Panamá -
La responsabilidad, antes que la caridad, nos conduce de
visita a la cárcel para demostrar nuestra preocupación por el amigo que cayó en
el delito; pero la responsabilidad, nos obliga también a pedir que ese u otro
ser, complemente su inteligencia con un oficio o con una profesión que lo
defienda de los avatares de la existencia, y que no espere de la caridad mal entendida, socorro, ayuda, o un
mendrugo permanente de pan para premiarle su indolencia y su indisciplina.
Estos mismos dirigentes y este mismo pueblo, se rebelan y
se alzan iracundos cuando alguien se atreve a disponer de una vida, que no
servía para nada más que para causar conflictos y depredaciones. Se vuelven
justos para juzgar y condenar lo que ellos llaman injusticia. Se rasgan las
vestiduras, como los fariseos del evangelio, y tachan, reprochan, injurian al
presunto verdugo, al impiadoso, que tuvo la osadía de borrar de la faz de esta
tierra a un muérgano, a un zángano, a un parásito.
Conmigo, los dirigentes y el pueblo han tenido la
amabilidad de criticar mis acciones bajo cuerda, en voz baja, y se han
aprovechado de mis decisiones, sobre la muerte de los delincuentes que he
mandado fusilar, para embadurnar mi memoria y mi imagen, con las frases
elocuentes de mis detractores, que no son más, que aquellos que se han atrevido
a decir en público lo que la gran mayoría murmura en privado.
Pautrizelle y Cocobolo fueron juzgados y condenados por un
consejo de guerra. Se les encontró culpables de asesinato, de robo, de
incendio, de asonada y de múltiples delitos más. A Prestán no se le pudo poner
preso, porque escapó a tiempo y fue favorecido por varios de sus amigos personales, muchos de
ellos notables y conocidos en la sociedad colombiana. Si a Prestán lo cojo,
también lo fusilo. Y nada tiene que ver mi bondad, mi ternura, mi dedicación a
mi hogar, mi castidad perpetua, mi caballerosidad, con los motivos que me han
llevado a suprimir una vida humana.
Mis compatriotas son extraordinarios, aborrecen la muerte
violenta cuando no la propician ellos por medio de sus continuas guerras
civiles. La aborrecen, cuando es uno de ellos, el que toma la determinación. A
Santander y a Mosquera les vivían echando en cara sus órdenes de muerte.
Aceptaban la necesidad de muchas de ellas, pero automáticamente se montaban en
la tribuna de los jueces, para poder sindicar a sus grandes hombres, con algo
que al común de los individuos, le queda fundillón y rastacuero, si quiere
hacerlo. Libro “Reyes de cauchero a…”.
o - Rafael Reyes conoce al Presidente Rafael
Núñez –
Una tarde
lluviosa, de esas tardes bogotanas, destempladas y frías, que emperezan al más
activo y desconciertan al más vivo, recibí una esquela en la que se me citaba a
palacio a las siete y media de la noche. La firmaba una N grande y desgarbada.
La guardé en el chaleco y seguí hojeando los anales del congreso, que
desconocía de cabo a rabo. Me salí del recinto a eso de las seis de la tarde. A
nadie le dije nada. Me subí por la calle once y en el restaurante Las Tres
Tasas, me aperé, con unas buenas onces, para estar prevenido. Conozco mi
fisiología. Con el estómago vacío soy lerdo, me da por no entender bien lo que
me dicen o lo que me proponen. Debe ser un defecto de mi constitución, pero
defecto o no, me cuido para evitar que me sorprendan en ayunas.
A las siete
y cuarto de esa noche, estaba presentándome al oficial de guardia y
explicándole mi presencia en ese sitio. El oficial ya tenía noticias de mi
llegada y me llevó a un saloncito, coquetón y pintoresco, que más semejaba la
antesala de una cortesana, que una oficina pública. Las poltronas forradas en
cretonas de seda y con borlas de terciopelo en los brazos, las paredes con cuadros
y miniaturas al óleo y el piso cubierto con una alfombra gruesa y deteriorada,
me pusieron inquieto y sobre ascuas. Los gustos exageradamente lujosos me
repelen. He vivido toda mi vida entre hombres; y entre hombres la vida es de
una sencillez, muchas veces incómoda. Para pasar el rato, me puse a mirar las
vitelas. Como no fumo ni fumé jamás, no sé entretener el tiempo, y la
placentera ceremonia de prender un cigarro, de mirar su punta encendida, de
darle un chupón glorioso y luego soltar el humo gris o azuloso, por las
ventanas de la nariz, es un placer desconocido para mí.
En esas
estaba, cuando por la espalda me atacó una voz de agradables tonalidades. ¿Le
atrae la pintura, general? Oí que me decían. Me volví con presteza y no sin
cierta emoción, me encontré de frente con la tan conocida cara del Regenerador.
Era la primera vez que lo veía en persona. Los retratos de Núñez no dicen nada.
Muestran con fidelidad a un ser pequeño y desmirriado, con un mechón rebelde
sobre la frente y una barba metálica cubriéndole los carrillos. Nada más.
Comprendí que las fotografías dejaban al personaje a media luz. Lo
descascaraban, lo despersonalizaban, le quitaban ese almizcle de agua de
colonia francesa combinada con yodo y sal, que él tenía. Y ese almizcle fue lo
primero que me llegó antes de
estrecharle la mano. Cada quien tiene su propio y exclusivo olor. La masa huele
a sudor y a mugre. El hombre distinguido se destaca por su perfume particular.
Núñez, como buen sibarita, no ignoraba esta norma, y se sabía presentar con esa
rara mezcla de sabrosísimo aroma que venía a ser como una esquela anticipada de
cortesía y de buenas maneras. Impecable en el vestir, sus ropas bien cortadas,
le caían sobre su enjuto cuerpo con una elegancia sencilla y a la vez
llamativa. De los talones a las sienes se presentaba el caballero, el dandy, el
que sabe cuidar su presentación sin exagerar los elementos que la componen.
Sobriedad y finura. La camisa inmaculada resaltaba vibrante sobre la chaqueta
de tipo francés que abrigaba sus hombros y su torso. El pantalón en línea
perfecta, sin una arruga, se descolgaba sobre los botines, lustrosos y
brillantes, con suma discreción. Me sentí un patán, un labriego, un aparecido.
Me ha llamado la atención vestir a la última moda. Mi estatura se presta a
darle a la ropa que uso, donaire y naturalidad. He considerado que aquellos
personajes que se visten como marineros abandonados en un puerto, tienen la
desventaja de entender la existencia como si ésta fuera un desfile de máscaras
o una procesión de mendigos. Todo entra por casa y todo entra por los ojos.
Aquél que considera que pierde su tiempo escogiendo una corbata, o una camisa,
o el corte de una chaqueta o el arreglo de una solapa, es un débil mental que
puede desempeñar el oficio de portero o de ministro, pero que no tiene la
longitud estética que se requiere para dominar el medio y presentar una imagen
limpia y atractiva.
Siéntese,
general. Núñez me indicó una de las butacas, que me habían chocado…… Libro “Reyes de cauchero a….”.
o Las
salidas de don Quijote, fueron simples escaramuzas de muchacho inocente
comparadas con las mías en la asamblea constituyente. El fuego, que al
principio me asustó, a lo último me estaba gustando. Traía soliviantados a los
políticos. Y como esos políticos a excepción de dos o tres figuras de relieve,
eran un rebaño de ignorantes y de palúdicos, me incliné a seguir cascando las
nueces de la imprudencia, para quitarles el sueño a esos retóricos culpables de
tantas guerras civiles. Núñez me había entregado un arma poderosa: la
popularidad. Y él me la entregó pensando que como buen soldado de fortuna, yo
abusaría de ella para levantar mi propio patíbulo. El señor Núñez se equivocó,
como se equivocaron conmigo cuantos tuvieron la desventaja de no saber leer
entre líneas mi personalidad. La creyeron simple y escueta, la idearon a su
amaño, antojadiza y débil; la incluyeron en el inventario de los objetos que se
pueden tocar, limpiar y poner en un anaquel para ser contemplados desde lejos.
Tamaña equivocación me sirvió de mucho. La despistada fue general. Y dejé que
se despistaran para hacerme a mí fortaleza y a mis muros de protección. Reyes
es puro relumbrón, es hueco, suena a falso, se deja ilusionar por tres o cuatro
piropos que le digan y de contera, es boyacense. Eso significaba en esos
tiempos, que al boyacense no se le tiene que tener miedo, sino que es digno de
confianza por lo fácil de manejar. Bendita la hora en que mis amigos y mis
émulos en esa corporación, se reían en mis propias barbas de mis inocentadas y
de mis torpezas. Mientras los académicos hablaban y se desgañitaban por hacer
de este país un paraíso de tripones y de castrados, yo, Reyes, dejaba que mi
imaginación se torciera por los campos de los sueños, y se empinara por encima
de esas cabezas saturadas de falsas concepciones, para observar el futuro y
poner los mojones que me permitieran darme en el porvenir, cabida, cupo y
entrada. Libro “Reyes de cauchero a…”.
o La
misión confidencial a que me mandaron Caro y Núñez, era tan difícil de llevar a
término, como si a usted, con toda su buena voluntad, le dijera un amigo, que
para demostrarle su estimación, debía leer en su idioma original todas las
obras de Tácito y hacerle un resumen en esa misma lengua. La misión
confidencial mía consistía en arreglar cuentas con los banqueros londinenses. Y
para ese arreglo de cuentas, Colombia tenía que desembolsar, la plata que nunca
había guardado en sus arcas. Mi objetivo no era otro, que el de conversar con
los estirados ingleses y hacerles comprender a punta de simpatía y de buen
humor, que si no prolongaban los plazos para las deudas pendientes, perderían
el pan y el amo. Me encargué de esa misión confidencial, por falta de oficio y
porque el anzuelo de conocer Europa, no se lo podía dejar tragar a otro. Libro “Reyes de cauchero a….”.
o A
los Holguines hay que tenerlos de amigos, de enemigos son más peligrosos que un
bobo bien vestido y con chequera. Libro
“Reyes de cauchero a…”.
o
Núñez se sentó de nuevo en palacio. Y valga la
verdad, para reconocer que era el único personaje que soportaba impertérrito el
desgaste del poder. No sé cómo supo de mi regreso al país. El caso fue, que un
día, sin consultarme y sin avisarme me nombró su ministro de fomento. Yo, sin
darle las gracias, me posesioné del cargo. Y asistí durante los meses en que lo
desempeñé, a la más extraordinaria cátedra de aprendizaje político: el contacto
con Núñez. Libro “Reyes de cauchero a…”.
o No
me seducen los andamiajes de barro y de saliva de la mayoría de los dirigentes
colombianos. Libro “Reyes de cauchero
a….”.
o ….madre,
la preocupación se me tornó en susto, ese pequeño miedo que suele acometer a
los infantes, y que los desmadeja como si por dentro no tuvieran hueso sino
lana. Libro “Bolívar el hombre
crucificado”.
o Doña
María y don Juan Vicente, decía yo, estaban sobre ascuas, porque ya era la
segunda vez que les nacía un hijo de color más que tostado. Eso para ellos era
una afrenta ignominiosa, porque los colocaba en entredicho entre sus parientes
y allegados. El esplendor de mi bautizo, creo que se proyectó así de ostentoso
para disfrazar la pifia de sus genes y dorar la píldora de mi color cetrino y
hermoso, hermoso para quien siempre, como yo, ha preferido lo moreno a lo
blancuzco. Libro “Bolívar el hombre
crucificado”.
o En
el costado izquierdo, el cuarto de mis padres, cerrado siempre, me sugería una
peña sin musgo. Libro “Bolívar el hombre
crucificado”.
o - Bolívar nos cuenta sobre los últimos
momentos de su padre -
No tuvo
la berraquera de agarrarse los cojones con las manos y de anunciarse a sí mismo
el término de su peregrinaje. Don Juan Vicente se amilanó. Y lo que debió ser
la rubricación de una vida de macho fue apenas la línea tenue de su pavor
puesta al servicio febril y movedizo de su pensamiento con relación al más
allá. Al coronel le salió al paso el turbulento destino de todos los españoles
en presencia del tribunal supremo. Destino de acoquinamiento que los marca y
los identifica en cualquier parte. Destino singular el de esta raza de
violadores, de atrabiliarios, de guapos, de tiernos, de amargos, que se
amilanan y se petrifican cuando ven cercano el final de su sendero. Yo tengo
también entre mis venas este veneno. Y lo tengo para mal de mis pesares más
agudo, más filoso, más tremante, porque fuera de haber recibido indirectamente
este aliento, directamente me veo sujeto y objeto de tamaña bocarada, ya que mi
padre incrustó en la sangre desde mi concepción ese miedo de amargura y de
arrepentimiento, que me ha mantenido en el doble filo de un cuchillo,
fluctuando entre la decisión de ser y la indecisión de negar mi propia
autenticidad. Libro “Bolívar el hombre
crucificado”.
o - Simón Bolívar recuerda su infancia y sus
dolores y tristezas -
Mi caso
fue un caso difícil. Yo era el que menos lo comprendía. Mi desasosiego era tal,
que ni las caricias de Hipólita, ni los consentimientos de Josefa, la hermana
menor de mi madre, que prácticamente también me adoptó por hijo, lograban
sedarme. Es posible que en mi cabecita de niño se formara este laberinto de
contradicciones: al fin y al cabo, ¿dónde está mi madre? ¿En cuál de tantas?
Doña Inés Mancebo de Mijares me dio su leche; Hipólita la reemplazó y me
entregó su vocación de madre y su piel de ébano; Josefa se anticipó conmigo la
maternidad y cubrió mis mejillas de miramientos y de besos, como si yo fuera en
verdad el fruto de su sangre. Extraños sucesos me han rodeado. Extraños e
incomprensibles. No tengo una, sino tres madres. Estas me peleaban, satisfacían
mis terquedades, le daban lugar a mis malos genios y se desvelaban cuando
estaba enfermo y me miraban como si tuvieran enfrente una ilusión pronta a
desvanecerse. ¿Qué pasaba? ¿Qué diablos tengo para no ser normal, como fueron
todas las criaturas a esa edad?. Libro
“Bolívar el hombre crucificado”.
o - Bolívar y las dificultades con sus
maestros -
Tuve
que regresar a Caracas. Y tomar a pecho los 12 años que ya tenía. Y aceptar,
además, a los ocho días de mi regreso, a un joven de 16 años como profesor y maestro,
el joven se llamaba Andrés Bello. Andrés, modoso, quieto, sutil, inteligente,
prudente y colmado de todas las virtudes teologales, se puso en el trabajo de
liquidar de una vez por todas, mi ignorancia. Yo también me puse en el trabajo
de acertar a ello. Parece increíble que me tomara tanto esfuerzo el recibir los
cuidados intelectuales de Andrés. Yo mismo no lo entendía. Bello en la sociedad
caraqueña no tenía resistencias, su bondad y su talento se recibían como agua
milagrosa, y poco común y se comentaban sus conocimientos en el corrillo de los
ilustres, en las mesas de juego, en los atrios de las iglesias, en los
conventos y hasta en el cabildo, donde la envidia por su inteligencia solía
asomar. Andrés Bello carecía de reparos. Por petición expresa de mi tío Carlos
aceptó ser mi maestro y ahora yo, Simón Antonio Bolívar, ¿me atrevía a
repudiarlo? No era posible. Y sobre éste no era posible monté mis fuerzas
interiores para que Andrés Bello me dictara cátedra y yo la pudiera aprovechar.
Libro “Bolívar el hombre crucificado”.
o Simón
Rodríguez, después de mi actitud rebelde para tratar de salir de su casa, no se
puso a dar rodeos para acercárseme, de un solo envión avasalladoramente se me
ofreció sin grandes discursos, sin en- redadas razones, sin apelar a la moral y
a los dictados religiosos. Simón se identificó conmigo, se solidarizó con esta
hirviente y neurótica constitución que me individualiza y pude refugiarme en
él, sin la prevención de verme en cualquier instante desalojado y solo.
No
puedo sostener que el tipo de sus enseñanzas seguían una cartilla fija, o un
orden especial. Nada de eso. Lejos del tedioso trajín de las tareas y del
monstruoso aprendizaje de memoria de textos y de parágrafos, Simón se puso a la
diestra de mi pensamiento y me inclinó hacia el terreno de la creatividad. “Usa
lo que tienes a tu disposición –me decía– usa tu vista, tu tacto, tus impulsos
destructivos, úsalos sin miedo, pero con la condición de que tus actos se vean
representados en algo que te solace que te complazca, que te saque de quicio
por la alegría de verte reflejado en ellos”. Este puede ser el resumen de las
enseñanzas de Simón.
El
primer contacto entre los dos fue efímero y terminó en punta. 1796 marcó las
iniciales de la inquietud social que se asomaba débilmente por estas tierras. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.
o Bolívar explica el preámbulo de su vida _
El
comer y el dormir sin ambiciones es una receta de probados beneficios. El
organismo humano como el organismo social es, al fin y al cabo, la más noble
estructura, edificada para que unos cuantos soporten la bellaquería de otros
tantos, sin que su digestión se altere o se modifique.
En el
joven la pereza puede ser reemplazada por la juerga o por la parranda. En el
viejo, por los recuerdos. A mí el trago no me atrae, ni me place, ni me
complace, me repugna. Considero que tomarse a él, y amarrarse a él, es una
muestra de incapacidad para aceptar la realidad.
El
licor, como el juego es una vía de escape que no conduce a ninguna parte.
Quiebra la unidad de la persona y la maltrata y la menoscaba sin dejarla ser lo
que pretende o lo que ambiciona. La mujer, el sexo, es diferente. En la mujer
se encuentra uno más claro, más nítido, más dúctil. Por ella y con ella se
vibra al compás de un ritmo soberano, ritmo del amor. La mujer es un solaz y
una compensación y una manera de equilibrar nuestras distorsionadas emociones. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.
o Bolívar mira como la colonización fue
idealizada y divinizada para beneficio y manejo del pueblo -
Esto,
enunciado, aparece sencillo. En el futuro, las personas que lean este
manuscrito se dirán o se preguntarán extrañados cuál era la intención de
Bolívar al hablar de la divinización de los reyes.
Mi
intención es muy simple, veámosla: el español, al conquistar la América, llevó
consigo dos instrumentos eficaces para el poder: una cruz y un estandarte. La
cruz y el estandarte estaban ligados, unidos, integrados en una sola pieza: el
mito. Dios y rey, funda y puñal, mano y dedos, constituyeron durante cuatrocientos
años la omnipotencia y la ley. Dios, ser divino, le entregó al rey, ser humano,
todos sus poderes y fuerzas. El rey las aceptó con la condición de que las
criaturas a su cargo seguirían primero a ese Dios misterioso y lejano, que
tenía el don de hacerse visible por intermedio de su único representante en la
tierra: el monarca. En el ánimo de los indígenas y en el de sus descendientes
los mestizos se quedó tatuada la doble imagen de dios y rey y ante ella y ante
sus servidores los conquistadores y los frailes se inclinaron reverentes,
asustados, temblorosos, para conseguir con su sumisión no sólo el perdón de sus
pecados sino también evitar que el garrote del amo tallara de cicatrices sus
espaldas.
Los
siglos se sucedieron unos tras otros y la espada que llevaba en la empuñadura
una cruz cruzó los cielos americanos, los domeñó, los amansó y en los valles,
en las cordilleras, en las vertientes, la ermita, hermana menor de la catedral,
alzó en su espadaña y en su campanario la anunciación de los desamparados, el
ángelus de los desposeídos, siempre y cuando estos se habituaran por ley divina
a la obediencia, a la esclavitud, a la entrega de sus cuerpos y de sus almas,
primero a Dios y luego a su amo terrenal, el conquistador.
La
conquista y la colonia se fundieron en un solo cuerpo. Las costumbres de
doscientos años se pegaron a la piel de otros dos….. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.
o Simón Bolívar conoce a su futura esposa (María
Teresa Rodríguez del Toro y Alaiza 1.781-1.803) en España -
Fue una
búsqueda de descongelación interior para encontrar aquello que desde niño se le
había negado por sistema: amor y ternura. Simón, el joven, se casó con María
Teresa porque vio en ella la posibilidad de encontrarse con la madre que nunca
tuvo. Con la madre madre, con la mujer enjundiosa y dulce que lo mimara y
acariciara sin exigirle nada. Simón, el joven no se dio cuenta de que María
Teresa, desgraciadamente, poseía las mismas características, temperamentales de
doña María Concepción Palacios de Bolívar. Hija única, mujer y madre prematura.
Se había encargado de la educación y del cuidado de sus hermanos menores. En
fin, una serie de condiciones similares a su misma madre. Simón, el joven,
perseguía el matrimonio para hacerse perdonar la indiferencia y el odio que
tuvo hacia su madre. Odio justificado desde su punto de vista. Odio que tenía
raíces amorosas y personales. Odio que se alimentaba de hambres de dulzuras
insatisfechas. Odio por lo que no le dio doña María Concepción. Libro “Bolívar el hombre crucificado”.
o Simón Bolívar nos comenta sobre su vida
sexual, y su primera amante -
Fanny
apresuró a tal grado mi educación sexual que fue mi amiga y mi amante. Frase
esta que tiene mucho de cursi, pero que es evidente, quizás por lo que jamás
sucede en muchas parejas esta situación ambivalente. La amante exige, pretende
copar al hombre, sin tasa ni medida, lo succiona, lo chupa, lo inutiliza con la
esperanza de que fuera de ella no encuentre nada de su gusto, y, en esta tarea
destructiva, acaba en el hombre los filos de su talento, de su inteligencia, de
su conversación, de su cultura, para reemplazarlos por la monótona y agotante
histeria del solo placer físico. El sexo, para la amante torpe, es un fin y un
objetivo y busca por todos los medios de darle salida a sus instintos, lo cual
desemboca, la más de las veces, en una franca o en una solapada retirada de
parte del hombre víctima de estos fuegos. La amistad debe surgir luego de un
proceso de entendimiento sexual, si no surge viene el cansancio mutuo y con él
la rabia del hombre o la rabia de la mujer al sentirse atados a una llama que
lo consume todo sin la oportunidad de conocerse mutuamente. Amor y amistad
están hechos para formar un solo cuerpo. Fanny me enumeró el alfabeto del amor
con la conciencia limpia por parte de ella, de que no estábamos cometiendo un
pecado. Ella, conmigo, suplía las indiferencias de un marido lejano, que no la
amaba y que poco la entendía. Yo, estaba surgiendo un ambiente desconocido para
mí, pero sutilmente hermoso, cuál era el ambiente de la entrega amorosa sin las
complicaciones caóticas de la culpa o del remordimiento.
El sexo
en mí ha sido una necesidad biológica y espiritual. A la palabra necesidad no
le quiero dar la significación que muchos le pueden dar. No, necesidad es algo
sin esfuerzos ni represiones que se nos suelta dentro de nosotros sin ponernos
en apuros o en conflictos. La necesidad puede, en determinado momento,
confundirse con el instinto, pero no es lo mismo. Tiene sus puntos de contacto
por su inmensa atracción telúrica y fuerte, pero se diferencia en sus ribetes
espirituales y magníficos, que funden y confunden, la simple materialidad de
sus pretensiones con la rica gama de sus satisfacciones. Ya fui y soy un
sensual y un sexual. Libro “Bolívar el
hombre crucificado”.
o Bolívar en Paris, asiste a la coronación de Napoleón
y nos comenta como aprecia al pueblo francés frente a estas ceremonias -
El
pueblo tiene alma de payaso. Le placen los afeites y los colorines y se
estremece de complacencia al contemplar a sus héroes como monigotes adornados
de oro y de pedrerías. El pueblo no concibe la sencillez y la simplicidad,
nació dentro de ella y la repudia igual que un amante cansado rechaza a su amor
al verle las primeras arrugas en el rostro. El pueblo desde los más remotos
tiempos fue llevado y traído por los hombres que han tenido el suficiente
coraje para enfrentarse a sus pasiones dándoles pan y fuego. Los césares
romanos fueron los primeros profesores de la psicología colectiva y los juegos
circenses, donde se le arrojaba al populacho monedas de cobre, vino, sangre,
violencia representan el mejor timón de las pasiones masivas puesto que, sin
engañar a la fiera, se le domaba trasquilándola y ofreciéndole el placer a
manos llenas. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o Bolívar y Simón Rodríguez van a pie de París
a Italia –
…… De
pronto, observé en la acera del frente una figura cuyas líneas no me eran
desconocidas. “No es posible”, me dije, “ese hombre no puede estar aquí”. La
figura me volvió a mirar. “Simón Rodríguez”, exclamé. Solté un carajo tan
amplio como una catedral y de dos saltos estuve a su lado abrazándolo. Simón,
mi tocayo, mi guía espiritual, recibió mis abrazos con esa asténica y a la vez
alegre extroversión que lo caracterizaba. Conversamos sin que las horas nos
cercaran. Yo hablaba y hablaba sin parar. Él me escuchaba sin cansarse. Al
final, Rodríguez me lanzó esta frase: “Tú, muchacho, estás perdiendo aquí el
tiempo y la salud, camina conmigo a dar una gira hasta Italia”. Le acepté irrevocablemente.
Eso era lo que yo necesitaba. “Voy a contratar un coche”, fue mi expresión de
júbilo. No seas pendejo Simón, me contestó, el paseo es a pie, sin equipaje,
sin vestuario fino, caminando como te enseñé de niño.
El año
de 1805 marcó en mi ánimo un dibujo indeleble. Inicié con mi maestro la marcha
a pie por Francia y parte de Italia. De París a Lyon con un pequeño atado a la
espalda, un palo en las manos y los ojos de par en par absorbiendo el paisaje.
Simón Rodríguez caminaba a grandes zancadas. Enteco y frágil en apariencia,
poseía la fuerza de un espartaco. Ágil y recto se comía las leguas con mi
persona jadeando detrás. Al principio yo quedaba exhausto, luego me fui
adaptando al ritmo del ejercicio. Y por último competía con Rodríguez sin darle
resuello y sin pedirle espera. Libro “Bolívar
el héroe crucificado”.
o Confieso
que me bebí a Roma en el cántaro de su propia arcilla y todavía me queda la sed
de ese licor que, sin empalagarme, sacudió los tejidos de mi espíritu con la
suave frescura de su perenne linfa. Libro
“Bolívar el héroe crucificado”.
o - ¿Que impulso a Simón Bolívar, voluntad o
egoísmo? -
Yo creo
que en los fracasados predominaba apenas un auto convencimiento pero no una
voluntad firme. A la voluntad hay que entenderla. Juicios astronómicos y
conceptos por igual se entre- veían para definir esta palabra. La filosofía
hurga con sus tenedores de alambre los campos de su reino. Se le define y se le
exalta, se le indica y se le sindica de ser el motor y el impulso de cuantas
acciones o reacciones puedan caber en el desarrollo de la humanidad. A pesar de
tanto escándalo en torno a la voluntad, ésta continuará siendo un ente
irracional, colocado a un bajo salario por los elementos menores y por las
criaturas mediocres. El elegido, el destinado, no sobrevive sin las presiones
de su egoísmo. Y aquí entra un concepto, o mejor aún, mi concepto sacrílego
sobre la voluntad: el egoísmo. Y en torno a él el cortocircuito de las
complejidades humanas se encrespa invadiendo los campos de la profecía y de la
adivinación.
Yo soy
un predestinado, un predestinado con la egolatría suficiente para dar el salto
sobre las pequeñas y las grandes pasiones cuando así lo necesito. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o Sobre Francisco Miranda y Antonio Nariño, el
Libertador nos da su opinión –
A dos
hombres admiré y a esos mismos abandoné cuando así me convenía. A Miranda y a
Nariño. La vida de este par de sujetos puede considerarse paralela. Hay tal
similitud en la avidez de su conducta y de sus rostros que, ojeando su
historia, repasándola y conociéndola, como yo la conozco, el soplo de la
gemelidad me hace identificarlos.
No
puedo recordar al uno sin que el otro meta baza en mi pensamiento. Miranda era
caraqueño. Nariño, santafereño. Miranda, alto, garboso, lúcido, ancho de
espaldas, de miembros fuertes, de quijada prominente, de mejillas sonrosadas,
de tez blanca y manos y pies pequeños, contrastaba físicamente con Antonio
Nariño, que lucía desmirriado y patojo, chupado y frágil, menudo y parco de
carnes y de músculos, de color y pelo oscuro, sin embargo, esta diferencia,
física ahondaba aún más su cercanía intelectual y espiritual. En ambos se
establecía al conocerlos la redondez de su talento. Su cultura superior se
desbocaba en ellos con la facilidad con que se desboca un caballo de pura raza.
Nariño, un poco silencioso se agazapaba en el vocablo cuando no veía la
necesidad de utilizarlo como látigo o como bordón. Miranda, más espontáneo,
dilapidaba las interjeciones con la soltura y la generosidad de un manirroto.
Para a ello, a sus vidas las cruza el relámpago de la providencia, y del genio.
Miranda
y Nariño no tuvieron suerte. Ni supieron aprovechar sus riquezas mentales. El
caraqueño nació parado igual que el granadino. Ambos ricos y miembros de la
mejor sociedad, de sus ciudades nata- les, se empinaron sobre esas condiciones
para usarlas sin tasa ni medida. Miranda, a los quince años, era un prodigio. O
al menos como tal lo presentan sus amigos y seguidores. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o – ¿Cómo empieza su tarea heroica, Simón
Bolívar? -
Aquí se
inicia mi peregrinaje. Como una lanzadera voy a recorrer miles y miles de
kilómetros. En barco, en mula, a caballo, en asnos, a pie. Me convertí en un
tragaleguas formidable. Puertos, bahías, recodos, rincones, valles, montañas,
páramos, estepas, maniguas serán atravesadas por mí. Conoceré la sed y el
hambre tan de cerca, que no me asustarán sus fauces entreabiertas. Seré un
corsario y un beduino, con la nuca expuesta a los soles y a las ventiscas. Mis
nalgas y mis entrepiernas se cubrirán de un grueso callo, que me dará mi
apelativo, póstumo: culo de hierro.
Y la insatisfacción de las distancias se asomará a mis ojos cada vez que tenga
que detenerme. …………. Treinta años y el
grado de teniente coronel formaban mi equipaje cuando salí exiliado de
Venezuela, por primera vez. Treinta años quemados por la pasión y por la
locura, sin que nada especial hubiera hecho. Treinta años, sin crecer por
dentro, afiliado al partido de la eternidad, sin seguidores, sin amos, sin
padre y sin madre, dolorosamente suelto ante la vida. Ese y nada más que ese
era mi equipaje y mi herencia. Tenía haciendas, casas, ganado, esclavos, pero
de nada me servían esas incomodidades. De nada me servían si no estaba en
posibilidad de darles un objetivo, una función, un credo. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o Simón Bolívar es nombrado General y conoce a
Francisco de Paula Santander, así lo cuenta el mismo. -
Don
Camilo Torres, presidente de la Federación, en un gallardo gesto, me hizo general.
Mi estreno de este grado coincidió con mi enfrentamiento con Santander. El
sargento mayor estaba a las órdenes del coronel Castillo, en La Grita, un
puesto de avanzada, y se hallaba embolatado y sin saber para qué lado tomar,
con las tropas a sus órdenes. Temperamental como soy y empeñado en seguir
avanzando, no dudé un segundo en decirle que le indicara a la tropa tal o cual
movimiento. Santander me contestó que su jefe inmediato era el coronel
Castillo. El sargento tenía razón, pero como en la guerra el tener razón o no
es asunto de segundo plano, mis palabras fueron tajantes. Le dije: “O usted me
fusila o lo fusilo yo, pero si mi orden no está cumplida en una hora, aténgase
a las consecuencias”.
Santander
me obedeció y pensé tener en él a un amigo. No lo conocía bien. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o Simón Bolívar maneja a los congresistas de
la Unión -
A los
congresistas se les debe y se les tiene que mantener a distancia. A los
congresistas los manejé con maestría. Con maestría no exenta de ductilidad y de
gracia. Ellos se dejan manejar, si a ninguna de sus impertinencias se les
tacha. A sus impertinencias, nunca les dije que no, pero seguía haciendo mi
voluntad. Me jugaba las cartas del fracaso, pero algo tiene uno que arriesgar
si quiere salir con la cabeza sobre los hombros. Libro
“Bolívar el héroe crucificado”.
o Los
pueblos no tienen carácter y las masas menos. De ahí la razón por la cual,
solamente aquellos que sí tenemos carácter podemos mandar una nación y
establecer un Estado. El pueblo venezolano no era la excepción. Fluctuaba entre
el despotismo español, conocido, y el túnel de la libertad, desconocido. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o Las extrañas pero necesarias alianzas
políticas entre los opositores, así cuenta Bolívar su relación con Camilo
Torres.
En
Tunja, mi protector, don Camilo Torres, seguía mangoneando. A él me acogí.
Curiosas relaciones las nuestras. Es casi imposible encontrar a dos personas
tan opuestas como don Camilo y yo. Fisonomía, carácter, inclinaciones, gustos y
defectos nos separan. Él es parco en el decir, en el comer, en el caminar, yo
soy explosivo. Él es modoso, aplomado, yo soy el anverso de esa moneda. Él es
parsimonioso en la disertación y la adorna con citas y latinajos, yo soy
directo, apabullante, garboso en el hablar y me invento giros y recurro a la
improvisación con un desenfado irrespetuoso. Don Camilo es docto en leyes y en
recursos curialescos, a mí me apasiona hacer normas y escurrir el bulto para
que no me las apliquen. Él es sereno y
yo soy impetuoso. Él es aceite y yo soy azogue. Pese a tantas y a tan marcadas
diferencias, yo fui un admirador de don Camilo y don Camilo me, dio muestras de
ser un amigo mío. Los parecidos y las semejanzas temperamentales o filo-
sóficas entre dos personas nunca acercan, al contrario, separan. Políticamente
hablando, Torres sustentaba el federalismo, así como su gran adversario,
Nariño, sostenía el centralismo. Mis inclinaciones políticas estaban con
Nariño, pero el Precursor tenía un genio funesto: similar al mío. Autoritario y
repelente. Agresivo y trabajoso. Pleitista y entrador. Generoso y profético.
Ansioso y vehemente pero complicado y problemático. Hirsuto en el trato y
soberbio en grado sumo, se consideraba el ombligo de la Nueva Granada…………….Es
posible que la idea de mi alianza con Torres repugne a primera vista.
Equivocada impresión, yo no estaba sirviéndole al federalismo, estaba
sirviéndome del federalismo para alcanzar la unidad. Torres persistió en darme
su respaldo. Pero, para que ese respaldo fuera efectivo, Torres y sus amigos me
exigieron que me tomara la ciudad rebelde: Bogotá. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o El Libertador Simón Bolívar, nos cuenta
algunos de momentos importantes y su situación económica en su exilio en la
isla de Jamaica.
El
atentado me sirvió para conseguir unos dineros prestados. La misericordia mueve
las montañas y afloja las bolsas de los avaros. Al caído, no se le socorre sino
cuando inspira lástima. Y, en mi caso, yo estaba bordeando los terrenos de la
compasión.
A todas
éstas, me llegó una carta de Cartagena, en la cual se me nombraba comandante en
jefe de esa ciudad. Morillo, le había puesto sitio. Mis enemigos, ahora con
Bermúdez al frente, se opusieron a que se me llamara de urgencia. Sin embargo,
primó el concepto de las mayorías y de ahí el nombramiento y la misiva. Libro “Bolívar el héroe crucificado”.
o ¿Cómo se veía Bolívar en comparación con un
hombre como José Antonio Sucre?
Yo he
seguido las huellas de la gloria con desafiante constancia, he cometido errores
y he tenido que salvar a mi saliva de la amargura de las hieles. En mí, las
generaciones futuras tendrán que ver a un ser atormentado por una sola idea, a
un ser destinado por alguien superior a cumplir un cometido, a darle vuelco a
una situación milenaria, a transformar un mundo donde la oscuridad y la miseria
se repartían entre el noventa y nueve y medio de sus habitantes. He pecado por
excesos, y mis excesos tienen que ser perdonados y aceptados y admitidos,
porque ellos emanan de una raza, la raza americana, ardida de necesidades y
mustia de urgencias. Yo tuve que ser así. Estaba escrito. Sucre, en cambio, no
tenía por qué ser tan perfecto, y, sin embargo, persistió en esa perfección
hasta su tumba. Libro “Bolívar el héroe
crucificado”.
o